miércoles, 15 de abril de 2009

Pedregalejo y El Palo.

Creo que fue Mariscal quien dijo durante una visita que Málaga padecía una arquitectura de protección oficial, afirmación indiscutible nada más que el paseante compare estas esquinas, a veces demasiado al sur del sur, con otras de mayor tradición fabril, o financiera. Toda ciudad se desarrolla hija de su historia, y la de Málaga transcurre por caminos tristes que la llevan desde un intento de vuelo a finales del siglo XIX, hasta un deambular entre la miseria que la atenazó durante buena parte del siglo XX. El empuje turístico la convirtió en capital dormitorio para los trabajadores de la Costa. No importaba mucho, pues, ni el aspecto de este conglomerado de distritos obreros, ni la adecuación de escenarios para que los visitasen unos turistas que pretendían sol, playa y las míticas discotecas torremolinenses. Málaga quedaba para los malagueños y aquí nos conformábamos con cualquier cosa. Por diversos motivos las tornas cambiaron y también la capital de la Costa del Sol quiso ser costa. Surgió así la necesidad de playas junto al centro, a la vez que una urgencia de hoteles y museos que nos dotasen de esa especie de decorado cinematográfico en que se convierte cualquier urbe a poco que la tienten los tintineos de monedas en bolsillos viajeros. Resurgen, entonces, antiguos conflictos como el de las casas erigidas junto a las orillas de El Palo y Pedregalejo.
El Palo y Pedregalejo constituyen hoy los únicos barrios donde el viajero puede encontrar un cierto tipismo mediterráneo en medio de una Málaga destructora e indolente con sus pequeños tesoros históricos, esos que convierten un punto de llegada en ese y no en otro. Esos que hipnotizan la voluntad de quien adquiera un billete de vacaciones. Sin embargo, esos conjuntos de arquitectura popular tan indispensables para Málaga y sus actuales aspiraciones en el sector turístico se hallan en una situación jurídica insostenible por mera desidia administrativa. Un buen número de viviendas aún no ha regularizado su estatuto legal desde hace más de treinta años entre vericuetos de siglas, ministerios, consejerías y concejalías. Tengan razón sus vecinos, o no la tengan, lo que ninguna razón admite es que después de tanto tiempo aún sufran este ya desamparo forense que los iguala a meros ocupas de unos terrenos a los que una serie de normas y leyes, de pronto, les concedió una importancia que durante décadas nadie les otorgó y, por tanto, pasaron desapercibidos para esos mismos ojos que ahora quieren modificar unas situaciones vitales como si una apisonadora irrumpiese en mitad de una huerta. Por el bien de toda Málaga es necesario que se legalice y aclare el futuro de estos hogares que, repito, además constituyen un entorno fundamental para los intereses colectivos. Como en tantos otros casos, en este el ciudadano se encuentra indefenso ante la torpeza encadenada de las diferentes administraciones.

Jose Luis González Vera. 06/04/2009 La Opinión.

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