Pablo Bujalance / Málaga Hoy
Actualizado 24.01.2010 - 01:00
Seis o siete jóvenes trapichean en la calle Zamorano, con la discreción justa, mientras una camioneta carga los muebles que dos hombres sacan de una casa castigada por el abandono. Hace pocos minutos dos agentes de policía salieron de aquí en sus motos. Nada ha llegado a mayores. Es casi mediodía en el barrio de la Trinidad y todo está embargado de una serenidad sospechosa, de un pasar el tiempo con pies de plomo. Cada rincón se percibe en silencio y reclama su intimidad: resulta ácida la sensación por la que un periodista se sabe extraño, cuanto menos exótico, en determinados territorios. Pero éste es el corazón de Málaga, la primera razón de la urbe, el depositario histórico de su idiosincrasia. Aquí están el Cautivo, el cielo abierto, tabernas que dicen ser centenarias. Aquí, tan cerca del río, en la Plaza de San Pablo, junto a la iglesia, fenicios e indígenas íberos se dieron manos desconfiadas hace 2.500 años y toda una capital se extendió desde entonces hasta la colonia que los primeros habían fundado en la costa, en el área que hoy ocupa la calle Alcazabilla. La Trinidad es el barrio de Málaga, su origen, su semilla, su bandera más propia, lo que la Judería en Córdoba, lo que Triana en Sevilla. Y, sin embargo, consumida por solares empleados como aparcamientos y una abrumadora carencia de servicios básicos, la encrucijada tiene que ponerlo todo de su parte para no caer en el olvido. El escaparate que luce cada Semana Santa no resulta suficiente: el primer problema del enclave es su invisibilidad, la manera en que permanece tan fuera de cualquier destino y cualquier trayecto a espaldas de la calle Mármoles, desde el centro. Pero éste es el verdadero centro. Y aún espera su prometido renacimiento, como el Ave Fénix, cansado de que sólo salgan a relucir sus cenizas.
La misma placidez ociosa, como de western en el que algo imprevisto está a punto de estallar en cualquier momento, se repite en las calles Jara, Empedrada, Carril, la misma Jaboneros, columna vertebral y a la vez frontera partida de la Trinidad. Hay solares por todas partes. Algunos han sido vallados en los últimos meses, con estructuras metálicas que apenas sirven de camuflaje al penoso estado de abandono. Signos de una intervención municipal tardía y demasiado conformista. Los coches se amontonan allí, pero también en cualquier acera y casi en cualquier cruce. En los de más fácil acceso para los vehículos, vecinos custodios cómodamente desparramados en sillas de playa hacen de vigilantes. Saludan y sonríen, posan para la foto. Los vecinos apenas se dejan ver: esporádicamente pasean sus perros, llevan las bolsas de la compra, llevan cachivaches de una casa a otra (somieres, viejas ollas de latón, cajas de cartón llenas de ropa) como en estampas de un realismo mágico que sale demasiado a flor de piel. La mayoría de estos vecinos, especialmente quienes habitan las casas más antiguas que empezaron a reformarse a partir del plan municipal aprobado en 1981, incomprensiblemente truncado en los 90, ejercen una resistencia sin paliativos en sus patios: en estos corralones, testigos últimos de las antiquísimas viviendas árabes y romanas, jardines cuidados con proverbial esmero, cultivados como mundos llenos de reconfortantes bálsamos para los sentidos y mantenidos de manera absolutamente independiente y autónoma en cuanto a recursos, se abren detrás de cada puerta. Los Servicios Sociales del Distrito Centro fomentan esta práctica con certámenes como las exposiciones de Belenes celebradas la pasada Navidad. Pero, de puertas afuera, la realidad es otra: en el barrio faltan dispositivos elementales. No hay papeleras ni contenedores. Las basuras se amontonan en algunos de esos solares, junto a la vegetación salvaje y los cascotes. Algunas alcantarillas están colapsadas. Los vecinos apuntan los mismos problemas de los últimos años: todo está demasiado sucio. No hay seguridad suficiente. En algunas de las casas construidas a partir de la reforma de los corralones, las instalaciones para la distribución del agua son deficientes y las últimas lluvias han hecho estragos. Cisternas y cañerías han reventado, en solares, almacenes y viviendas. "Vienen, lo arreglan y se van. Así hasta la próxima vez. Pero no hay manera de que cambien la instalación. Hemos perdido la cuenta de las veces que hemos acudido a la Junta de Andalucía". La señora, vestida con un camisón de flores demasiado fino para el mes de enero, cierra tras de sí la reja. Huele a puchero y hierbabuena.
El futuro de la Trinidad ha vuelto a entrar en la agenda municipal después de que el portavoz de IU, Pedro Moreno Brenes, solicitara recientemente, mediante el fin del citado plan, una rehabilitación a fondo de un barrio marcada por la ruina. Desde la Gerencia de Urbanismo aseguran que el plan se concluirá, y que intervenciones como los últimos vallados de solares dan cuenta de ello. Pero nadie señala un plazo al respecto. Íñigo Armengod es vecino de la Trinidad desde hace ocho años y trabaja para la promotora inmobiliaria Imnova, que hace dos años construyó un edificio de viviendas en calle Carril. Entonces, la firma llegó a un acuerdo con la Asociación de Vecinos, "cuyo trabajo aquí es verdaderamente digno de elogio" con el fin de presentar al Ayuntamiento un listado común de peticiones urgentes para el barrio. Algunos de estos requerimientos se han resuelto, pero otros no. "Lo primero que querían los vecinos era que se eliminara el agujero de la droga [en la misma calle Carril], donde cada día había problemas y hace tres años mataron a un joven a navajazos; afortunadamente, aquello se tapó y ahora hay proyectada una plaza. El Ayuntamiento también desmanteló el mercadillo que se formaba junto a la misma iglesia, en el que quienes robaban motos y materiales de construcción a escasos metros vendían allí impunemente las piezas". En cuanto a las cuentas pendientes, Armengod destaca los solares: "Es una pena, porque existe una ordenanza municipal bien clara que exige a los propietarios de los solares que los mantengan siempre cercados, limpios y bien acondicionados. Pero nada de eso se cumple aquí. Hemos tenido que ir al Ayuntamiento varias veces para decirles 'oigan, hagan cumplir ustedes sus propias ordenanzas". Otro asunto espinoso es del tendido eléctrico, que se extiende de cualquier manera a escasos metros sobre las cabezas de los peatones, fijados a postes y fachadas sin muchas condiciones de seguridad. "Resulta que las arquetas y las conducciones necesarias para soterrar todos estos cables, según ordena la ley, están instalados. Pero ni Sevillana ni Telefónica han mandado ni una sola vez un operario para que remate la sencilla operación de introducir los cables por los tubos", explica Armengod. Y cuando los vecinos han exigido la actuación, ambas firmas han reclamado, bien a la promotora o a la asociación, cantidades no inferiores a 18.000 euros. Un tercer punto sin resolver aún es la presencia estable de agentes de la Policía de Barrio en la zona. La seguridad, no obstante, "ha mejorado mucho, muchísimo en los últimos seis años; de hecho, desde entonces se han mudado aquí muchas mujeres jóvenes solteras, algo que resultaba impensable sólo dos años antes".
Muy cerca, la legendaria droguería de calle Carril vende sus antiquísimos compuestos y remedios para todo tipo de entuertos caseros. En calle Feijóo, cerca de la Escuela Universitaria de Arquitectura, la Peña Recreativa El Sardinal luce coqueta sus azulejos y hermosas macetas, en una estampa de saudade lisboeta interrumpida bruscamente por otro solar. Se acerca la hora de comer y transeúntes de diversas nacionalidades aparecen por todos los flancos. Regresan a casa. Pero el tiempo se desliza. Una Babel que busca su futuro segura de merecerlo.
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