Del cuartel de la Trinidad y la ´ponencia en valores´
La Junta quiere eliminar de un plumazo los 120 años de pasado militar del antiguo convento de la Trinidad, una acción difícil de entender
ALFONSO VÁZQUEZ Pasó ya la época de la burbuja inmobiliaria, una enfermedad mayormente gaseosa que llevó a muchos ayuntamientos malagueños a unos años idílicos de ingresos inflados, reconvertidos en frívolos promotores inmobiliarios.
De esos tiempos de vacas gordas y barra libre a las constructoras nos ha quedado en Málaga un rosario de demoliciones de toda construcción sospechosa de obstruir promociones suculentas o proyecto de altos vuelos, de tal suerte que en esta ciudad no se recordaba un amor tan intenso por las excavadoras y las piquetas desde los tiempos del desarrollismo.
Varias chimeneas de la Málaga industrial, históricas tabernas como la Raya, la estación de ferrocarril del XIX (con reformas de los 70 que podían haberse eliminado sin quitarla de en medio), la inmensa mayoría de los corralones decimonónicos, el silo del puerto, sin olvidar el barrio obrero de La Pelusa en el corazón de la Cruz del Humilladero, de la década de 1870, demolido con la sana intención de meter más viviendas en una de las zonas más atosigadas de pisos de Europa.
Admitiendo que no todo lo antiguo se puede o se debe conservar, de los anteriores ejemplos se puede concluir que la conjunción de política y burbuja inmobiliaria dio lugar en Málaga a unos años bravíos de gestión bastante impulsiva, poco centrada en la protección del Patrimonio.
Por eso, sorprende la carencia de sensibilidad de la Junta de Andalucía, que realiza una abstracción mental de 120 años para olvidar que el convento de la Trinidad, después de ser convento fue cuartel desde 1853 a 1974, de ahí que el recinto, hoy en día, cuente con viejos pabellones militares recuerdo de ese pasado. La última gran reforma del cuartel, por cierto, fue en 1923.
La intención de la Administración autonómica es acabar con toda huella de este uso militar que como hemos visto no ha sido flor de un día sino que se ha prolongado desde los tiempos del general Narváez hasta los de la famosa tromboflebitis del general Franco.
Borrar de un plumazo la huella histórica de la desamortización, que supuso la compra por el Estado del antiguo convento para convertirlo en cuartel es tan absurdo como querer eliminar del complejo edificio del Ateneo y el Colegio de la Normal las huellas de los innumerables usos que ha tenido a lo largo de los siglos, demoliendo añadidos, para dejarlo como noviciado de los jesuitas, para lo que fue construido inicialmente.
El firmante podría incluso entender la demolición del edificio de la Calzada de la Trinidad, por hacer de muro pantalla del convento, pero lo que no es de recibo es acabar con el resto de pabellones anexos y de un tamaño bastante modesto, así como cargarse las murallas almenadas y las garitas de vigilancia.
Desde hace unos años los políticos malagueños emplean como posesos una expresión francesa totalmente incorrecta en español: «poner en valor». Vistas sus ansias demoledoras, la Junta de Andalucía más que «poner en valor» el convento lo que nos pone es en ridículo.
De esos tiempos de vacas gordas y barra libre a las constructoras nos ha quedado en Málaga un rosario de demoliciones de toda construcción sospechosa de obstruir promociones suculentas o proyecto de altos vuelos, de tal suerte que en esta ciudad no se recordaba un amor tan intenso por las excavadoras y las piquetas desde los tiempos del desarrollismo.
Varias chimeneas de la Málaga industrial, históricas tabernas como la Raya, la estación de ferrocarril del XIX (con reformas de los 70 que podían haberse eliminado sin quitarla de en medio), la inmensa mayoría de los corralones decimonónicos, el silo del puerto, sin olvidar el barrio obrero de La Pelusa en el corazón de la Cruz del Humilladero, de la década de 1870, demolido con la sana intención de meter más viviendas en una de las zonas más atosigadas de pisos de Europa.
Admitiendo que no todo lo antiguo se puede o se debe conservar, de los anteriores ejemplos se puede concluir que la conjunción de política y burbuja inmobiliaria dio lugar en Málaga a unos años bravíos de gestión bastante impulsiva, poco centrada en la protección del Patrimonio.
Por eso, sorprende la carencia de sensibilidad de la Junta de Andalucía, que realiza una abstracción mental de 120 años para olvidar que el convento de la Trinidad, después de ser convento fue cuartel desde 1853 a 1974, de ahí que el recinto, hoy en día, cuente con viejos pabellones militares recuerdo de ese pasado. La última gran reforma del cuartel, por cierto, fue en 1923.
La intención de la Administración autonómica es acabar con toda huella de este uso militar que como hemos visto no ha sido flor de un día sino que se ha prolongado desde los tiempos del general Narváez hasta los de la famosa tromboflebitis del general Franco.
Borrar de un plumazo la huella histórica de la desamortización, que supuso la compra por el Estado del antiguo convento para convertirlo en cuartel es tan absurdo como querer eliminar del complejo edificio del Ateneo y el Colegio de la Normal las huellas de los innumerables usos que ha tenido a lo largo de los siglos, demoliendo añadidos, para dejarlo como noviciado de los jesuitas, para lo que fue construido inicialmente.
El firmante podría incluso entender la demolición del edificio de la Calzada de la Trinidad, por hacer de muro pantalla del convento, pero lo que no es de recibo es acabar con el resto de pabellones anexos y de un tamaño bastante modesto, así como cargarse las murallas almenadas y las garitas de vigilancia.
Desde hace unos años los políticos malagueños emplean como posesos una expresión francesa totalmente incorrecta en español: «poner en valor». Vistas sus ansias demoledoras, la Junta de Andalucía más que «poner en valor» el convento lo que nos pone es en ridículo.
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