El alcalde y el patrimonio.
LA demolición de la Casona de la Virreina se ha infiltrado en el debate político con los mimbres al uso: la oposición parapetada en la trinchera del hiperproteccionismo a falta de criterio sobre lo que se debe proteger o no, así que al cabo les da lo mismo que sea un palacio barroco o una chimenea de mediopelo; y el alcalde con su gesto habitual de no haber roto un plato mientras, eso sí, suma otra muesca en la culata de su piqueta de demolición sobre los escombros de esa casa-palacio tan de estilo indiano. El valor de la Casona de la Virreina es discutible, pero el episodio, eso sí, se ha convertido en todo un autorretrato de la gestión municipal. En síntesis: el Ayuntamiento adquirió la mansión hacia 2000; un año después anunció su restauración inmediata; posteriormente la dejó languidecer hasta la ruina; finalmente, en campaña electoral, anunció la rehabilitación definitiva con utilidad social; y después de eso ha demolido la casona pero ¿alehop! a continuación se ha comprometido a volverla a construir para acallar el escándalo. Hay que tener una visión muy profunda de la rentabilidad política cortoplacista cuando se está dispuesto a hacer el ridículo de ese modo.
Hay más. Bajo el sopor de la canícula, se ha consumado el plazo de noventa días del Ayuntamiento como coartada para aprobar -por silencio administrativo- la construcción de medio centenar de pisos en Villa Fernanda, la última gran mansión del Miramar con sus caserones regionalistas y un jardín catalogado con decenas de especies botánicas. A este patrimonio de la ciudad, protegido desde el Plan de 1983, se le rebajó la protección en el Plan de 1997, con De la Torre en Urbanismo, para dar allí un pelotazo de ladrillo. Y esto ¿a instancias del nuevo dueño o a iniciativa municipal? Las dos hipótesis producen estupor ante la especulación pública. Alguna vez el alcalde, en lugar de abanderar los intereses privados, quizá debería abanderar el interés público del patrimonio colectivo.
Para otro día se queda el episodio de la Casa del Ruso, iluminada por las noches para lucir la tolerancia municipal. Entretanto, hay que admitir algo: es estupendo ser alcalde cuando no se tiene oposición. Puedes hacer lo que sea, incluso hacer caja a cuenta del patrimonio de la ciudad, sin temor a un desgaste electoral.
05.09.2008 - TEODORO LEÓN GROSS. EL MIRADOR. DIARIO SUR.
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