Pablo Bujalance / Málaga Hoy
Actualizado 04.03.2010 -
Tiro en la cabeza y cal viva. Pero no sólo. Niños que murieron a manos del hambre y el tifus y fueron abandonados en las fosas siempre abiertas por sus propias madres, que les garantizaban así el último descanso junto a sus padres. Huesos rotos deliberadamente, con la precisión del artesano, antes de que el disparo aliviara el dolor. Médicos que realizaban la autopsia a los cadáveres todavía calientes para mejorar sus conocimientos sobre anatomía. Lo que aconteció en las nueve fosas comunes del antiguo cementerio de San Rafael desde el 7 de febrero de 1937 constituye una tragedia digna del silencio de Dante, una demostración de la barbarie capaz de mermar la sensibilidad más castigada, y sorprende la naturalidad con la que Málaga ha vivido a espaldas del exterminio. Pero lo que allí ocurrió representa un caso único por sus brutales dimensiones: durante nada menos que veinte años, hasta mayo de 1957, fueron enterradas en la zona 4.374 víctimas del franquismo, más que en todas las fosas comunes de la Guerra Civil que se han descubierto en España juntas. Se trata de uno de los testimonios de crímenes de guerra más importantes de la historia de Europa: ni siquiera en la antigua Yugoslavia se ha encontrado una fosa común semejante tras el conflicto de los Balcanes. Únicamente en la Alemania nazi pueden identificarse horrores más atroces. Ayer, en el auditorio del Museo Picasso, ante una concurrida audiencia formada en su mayoría por familiares de las víctimas, se presentó el informe final de la campaña de excavaciones que se desarrolló entre octubre de 2006 y octubre de 2009, y que permitió recuperar los restos de 2.840 cuerpos. El proyecto es lo más parecido a una reconstrucción fidedigna del infierno.
El responsable de la campaña arqueológica y profesor de la Universidad de Málaga, Sebastián Fernández, expuso las conclusiones de los trabajos (impulsados por el Ayuntamiento de Málaga, la Junta de Andalucía, el Gobierno y la propia Universidad) a modo de resumen del informe, que se extiende a lo largo de más de 3.800 folios. El tono científico no deja mucho lugar a concesiones sentimentales: sólo durante 1937, a partir del 7 de febrero, fueron enterradas en San Rafael 3.002 personas, la mayoría justo después de su ajusticiamiento. Las 1.472 restantes terminaron allí durante los veinte años siguientes (en 1957 sólo se produjo un enterramiento). Las primeras seis fosas fueron así abiertas en el mismo 1937, y en el interior de todas ellas se encontraron casquillos pertenecientes en su mayoría a munición italiana. Este hallazgo demuestra que los disparos se ejecutaban al mismo pie de fosa y los cuerpos caían por su propio peso. En algunos casos se ha encontrado una cierta disposición ordenada de los cuerpos, aunque predomina la acumulación caótica. El 97% de los restos hallados corresponden a varones mayores de 15 años, pero también hay cuerpos de neonatos. Fernández aclaró que éstos no fueron fusilados, sino, como se apunta más arriba, depositados allí por sus madres una vez fallecidos a causa de la enfermedad o el hambre. La octava fosa es un caso singular: incluye 21 pequeños complejos funerarios de los que se han extraído restos correspondientes a más de mil cadáveres. En el primer nivel, los arqueólogos hallaron, para su gran sorpresa, cuerpos sepultados en ataúdes, lo que responde, según Fernández, a la hipótesis según la cual las familias que se lo pudieron costear lograron que sus miembros condenados y fallecidos en la prisión provincial fuesen trasladados a San Rafael en estos féretros.
Especialmente macabras son las historias del Parque Civil, la única parcela del cementerio a la que no le fue adjudicado el nombre de un santo y a la que iban a parar los no creyentes y quienes se habían suicidado en la cárcel. La saña fue aquí especialmente impulsiva: casi todos los cuerpos hallados tenían sus manos amarradas con alambres y huesos importantes con roturas limpias. Los verdugos se encargaron de propiciar el mayor dolor posible a las víctimas antes de ajusticiarlas. Una pistola encasquillada apareció junto a los restos. A otros noventa cadáveres encontrados se les practicó la autopsia antes de que fueran cubiertos con cal viva. La hipótesis apunta a la posibilidad no desperdiciada de practicar estudios de anatomía a un precio muy bajo. Mengele en Málaga.
El proyecto arqueológico que dirigió Sebastián Fernández al frente de un equipo de ocho especialistas y 120 voluntarios coordinados a través del Instituto Andaluz de la Juventud es digno de la competencia detectivesca. En primer lugar, ya en octubre de 2006, se procedió a un estudio geofísico previo por el que, mediante una onda, se practicó el rastreo del suelo y la delimitación de disfunciones provocadas por la acumulación de restos humanos y cal. Luego, se emplearon detectores de metales para determinar el perímetro de las fosas y dar con objetos personales (gafas, dientes de oro, monedas, anillos) que evidenciaran la presencia de restos y que además pudieran resultar decisivos para las identificaciones. Ya durante las excavaciones, se dividieron las fosas en niveles. Los cuerpos localizados se registraban en fichas individualizadas que daban cuenta de su situación y disposición y de posibles objetos. Una vez extraídos todos los restos, conservados actualmente en las instalaciones de Parcemasa, el siguiente paso, y a la vez el más complejo, es el de la identificación. La rectora de la Universidad, Adelaida de la Calle, anunció ayer en el mismo acto que se procederá a una profunda investigación mediante la comparación de ADN con los familiares, para la que pidió la implicación de todas las instituciones. Hasta el momento sólo se ha podido identificar a una víctima. El alcalde, Francisco de la Torre, anunció por su parte que los restos de las víctimas regresarán, en el plazo de un año, al antiguo cementerio de San Rafael, en el seno de un monumento honorífico que se instalará en el futuro parque, el mismo que por poco acaba con las ilusiones de los familiares de las víctimas. Sólo la acción de la Asociación contra el Silencio y el Olvido para la Recuperación de la Memoria Histórica en Málaga, al abrigo de la condena promulgada contra el franquismo desde el Congreso de los Diputados en 2002, pudo detener su construcción antes de que la búsqueda de los restos fuera imposible, tal y como recordó ayer el presidente de la misma, Francisco Espinosa.
¿Qué ocurrió con los 1.534 cuerpos de cuyos entierros en San Rafael hay amplia constancia documental y que sin embargo no han aparecido en las excavaciones? Los investigadores formulan dos hipótesis: una recuerda que el papa Juan XIII aceptó inaugurar y bendecir la Basílica del Valle de los Caídos en 1959 con la condición de que en la misma descansaran víctimas de ambos bandos, lo que pudo precipitar una decisión de trasvase de cadáveres desde Málaga. Otra apunta a la posibilidad de que algunas familias pudieran sobornar a los vigilantes de las fosas para sacar de allí a sus seres queridos y enterrarlos en otros cementerios. De cualquier forma, las sensaciones ayer en el Museo Picasso, donde se citaron portavoces de prácticamente todas las instituciones malagueñas (desde el Ayuntamiento, la Delegación de la Junta y la Diputación hasta el Ateneo y otras entidades) y familiares de víctimas llegados de toda Andalucía, mezclaban el horror ante la revelación del espantoso crimen y la satisfacción general ante el trabajo concluido. No faltaron aplausos a Garzón espontáneamente invocados desde la grada. El alcalde deseó "que esto sirva para pasar página de una vez y nos encontremos en la fraternidad", mientras que la consejera de Justicia y Administraciones Públicas, Begoña Álvarez, afirmó: "Todos los muertos en la Guerra Civil son nuestros muertos, pero algunos disfrutaron de una reparación histórica que a otros les fue negada". Las lágrimas de Francisco Espinosa daban cuenta de la carga severa del momento: "¿Por qué fueron ejecutados de esta manera? Sólo queríamos saber eso". Pero un miedo a que el desastre se vuelva a repetir logró perdurar. Y perdura.
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