domingo, 21 de noviembre de 2010

Manuel Muñoz publica 'De viñedo a pinar. El Parque Natural de los Montes de Málaga', la obra de toda una vida

Los Montes de Málaga ya no tienen secretos

ALFONSO VÁZQUEZ.LA OPINION DE  MÁLAGA

Manuel Muñoz ha colocado el listón del conocimiento de los Montes de Málaga a la misma altura que los pinos carrasco de mayor porte. Pocos historiadores pueden decir que su trabajo es fruto de 40 años de dedicación aunque el interés ya nace en su infancia: «Yo he ido de chico y de grande por los Montes con mi padre, José Muñoz Herrera, que era militar y se conocía como nadie los Montes de Málaga. Él decía que de aquí nace todo».

Del amor de su padre por los Montes y luego del hijo nace el libro de 600 páginas De viñedo a pinar. El Parque Natural Montes de Málaga. Y a don José, que murió centenario, está dedicada esta obra que es el trabajo más exhaustivo realizado hasta la fecha sobre el parque natural.

«Empecé investigando por el año 67 ó 68 en la antigua Casa de la Cultura de la calle Alcazabilla y tengo montañas de material porque en aquellos tiempos no había ordenador y todo había que copiarlo a mano», señala.

Y es que, aunque el autor asegura haber oído historias «de todas clases y colores», a la hora de contar la historia de los Montes se apoya en los documentos de escribanos y notarios que dan fe de la evolución de los innumerables lagares que poblaban esta zona. «Me imagino el panorama de 1840, todo cubierto de viñas, cuando en abril y mayo verdeaban los viñedos, eso tenía que ser una alegría para la vista inmensa», destaca.

Claro que si importante ha sido el trabajo en los archivos, igual de valioso ha resultado el trabajo de campo, valga la redundancia, porque no hay parcela de los Montes que Manuel Muñoz no haya visitado y fotografiado, al igual que su padre, de ahí que el libro tenga una valiosa colección de fotografías que van desde los años 30 a la actualidad. «Mi padre aprovechaba los permisos para irse los domingos al campo con su máquina, hay un arsenal bastante grande de fotografías que luego yo he continuado».

El libro narra esta evolución de viñedo a pinar «casi desde los Reyes Católicos», y no se olvida del río Guadalmedina, que como recuerda el autor, «en los primeros decretos dados por los regidores de Málaga se decía que no se diera de beber agua a los cerdos porque tenían que estar permanentemente limpias». A su juicio, es una pena que Málaga, a estas alturas del siglo XXI, «tenga todavía esa cicatriz por curar».

El historiador recuerda que no fueron los propietarios de las fincas quienes les sacaron los mayores beneficios a los viñedos. «Eran los almacenistas, los extranjeros, quienes sacaban el dinero de verdad mientras los propietarios tenían que vivir a costa de los prestamistas». Esta situación, señala, estuvo sustentada «en la incultura tradicional».



La otra filoxera



También llama la atención sobre lo que considera «la otra filoxera» que se presentó antes que la famosa epidemia, teniendo como protagonista no a un insecto sino a comerciantes: «Los extranjeros vendían fuera y transformaban aquella mercancía, convirtiendo un litro de vino en dos, sin tener en cuenta que aquel vino fuera de nuestras fronteras empezaba a degenerar por esas transformaciones».

Manuel Muñoz destaca que tiene documentos de estas transformaciones que fueron empeorando la calidad del vino de Málaga y pone como ejemplo un terrible invento: «Como las pasas había que tenerlas 20 días o mes y medio al sol, un tipo inventó que podía hacerlo en un día y nacieron las pasas de lejía».

Consistía el invento en sumergir las pasas en sosa cáustica durante 24 horas. «En Churriana vi uno de esos artilugios, en 24 horas, a lo más en dos días, la sosa quemaba el pulpejo de la uva, lo encogía y daba la apariencia de pasa hecha al sol, luego se enjuagaba, se envasaba y para arriba».

Aquello, asegura, fue matando el crédito de nuestros productos y llama la atención de que, en nuestros días, aunque asegura que se hacen excelentes vinos de Málaga, «yo he estado en almacenes de vino en Málaga y me he encontrado, ante mi sorpresa, a puerta cerrada, cómo se hacía mosto de higo». Una llamada de atención a un control más estricto porque, según explica, «hemos de ser como en otros sitios, muy puritanos a la hora de fabricar cosas».



Repoblación



Pero pasaron los tiempos de los lagares y llegó la repoblación forestal para sustituir el mar de viñedos que, entre otros efectos, cambió para siempre el comportamiento del río Guadalmedina.

En su opinión, la reforestación se hizo en general bien, «con sus claros y oscuros» y en el libro aboga porque esta continúe. «Hay muchos proyectos de repoblación pero no se ha hecho nada, hay que empezar a expropiar fincas que no tienen rendimiento alguno para seguir formando el gran pulmón de Málaga, había que hacerlo en beneficio de la ciudad», sostiene.

Pero los árboles no fueron suficientes para frenar la erosión de la población, que iba abandonando estos rincones paradisíacos, pero en los que la vida era cada día más complicada.

Como destaca el historiador malagueño, la despoblación comenzó en los años 60. «Se presentan muchas dificultades en el campo y la gente teme quedarse por las noches en las casas de campo, tiene que buscar otros trabajos y el campo se convierte en entretenimiento».

Para Manuel Muñoz, continúa el desconocimiento general sobre los Montes de Málaga en la capital. «Es una pena que haya malagueños que no han pisado este sitio, recrearse en esta belleza y en la frondosidad de los pinos es una preciosidad», recalca.

El libro también bucea en la interesante historia de las 856 fincas que llegaron a existir en los Montes. En ocasiones, los nombres procedían de los oficios de sus propietarios (Picapedrero, Tintorero, Sastre, Escribano o Boticario).

En otras, heredaban la finca mujeres y eso ya era motivo para cambiar el nombre: Es el caso de los terrenos que poseía Juan Contador y que al pasar a sus hijas se convirtieron en Las Contadoras. Nombre curioso tiene la finca de Las Africanas, que el capitán Melchor del Pino tenía en el Arroyo de las Vacas. El nombre popular viene de que el militar, con sus siete hijas, servía en Marruecos cuando recibió la heredad.

Una historia más conocida es la de la finca del Limosnero, en recuerdo del presbítero y limosnero del obispo Francisco Edo, que compró la finca en 1756. La pronunciación transformó el Limosnero en Limonero.

Peor lo tuvo la finca del Monigote, en el Partido de Jotrón, bautizada así porque su propietario, Antonio de Ortega, no era ningún portento físico.

En cuanto a la finca de La Querellanta, debe su nombre a la querencia de su propietaria desde 1826 a 1842, María Martín Sánchez Anaya González, por plantear ruidosas querellas por deudas al Montepío de Cosecheros.

La obra también recoge la historia de uno de los primeros extranjeros en llegar a nuestra ciudad y adquirir un lagar en los Montes: el lagar de Quilty, propiedad de Mateo Quilty, que se asentó en Málaga probablemente a finales del siglo XVII o en los primeros años del XVIII. Don Mateo fue un soltero empedernido que compró tierras en los Montes y casas en Málaga y que también se dedicaba a prestar dinero a los vecinos.

El académico Manuel Muñoz prepara un nuevo libro sobre la zona de los Montes del Puerto de la Torre. Después de 40 años de trabajo y toda una vida de paseos por los Montes de Málaga, poco hay que no domine.

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