domingo, 10 de abril de 2011

Calle Mármoles , frontera del Perchel y la Trinidad , es evocada por Pablo Bujalance en este interesante artículo publicado en el diario "Málaga Hoy"

La ermita de Zamarrilla en la  frontera del Perchel y La Trinidad , hito del barroco malagueño.

Estos tres ejemplos de arquitectura popular y doméstica de calle Mármoles en su frontera con La Trinidad , tienen seguramente los días contados.

Por el límite inmóvil


Sumido ya en la Semana Santa que le devolverá su esplendor de cada año, este barrio ejerce su función de frontera entre la Trinidad y el Perchel en una Málaga barroca, surcada de esencias y de traiciones

Hubo un tiempo en que Málaga no existía a este lado del río. Pero desde la calle Mármoles hasta la avenida de Barcelona, la ciudad parece insobornablemente antigua, tanto o más que la otra parte. Cada trozo de bordillo pesa como miles de años, cada portal, cada casa. En esta tarde nubosa y gris, de primavera oculta, el tránsito se revela discreto, aletargado, propio de la siesta, al fin y al cabo es la hora. Unas señoras se han citado en la puerta del Hotel Málaga Centro. Parece que van a tomar un café, compartir este compás en el que no apetece hacer otra cosa. Pero seguro que han fijado la cita en Almacenes Mérida. Hay cosas que no cambian. Cuando algún acontecimiento se celebra en este hotel (las ferias del disco para coleccionistas son aquí muy comunes), los carteles anunciadores se refieren al sitio como "antiguo Almacenes Mérida". El tiempo se resiste a avanzar aquí, y la ciudad tiene en este tramo su escaparate mejor conservado, criogenizado tal vez. Cuando Antonio Banderas buscó la Málaga de los 70 para rodar El camino de los ingleses, llegó aquí. Con razón. A un lado y a otro, la Trinidad y El Perchel han sufrido en las últimas décadas notables transformaciones, incluso (especialmente en el segundo caso) agresiones a su identidad, lo que en estos dos barrios es decir mucho. Pero esta vena que se extiende entre esos dos músculos se mantiene intacta, señora, no venida a menos, o sí, pero tal vez despreocupada de lo que ocurre más allá de sí misma. Mármoles no es sólo una calle, también un barrio que recibe su nombre de la misma y que en realidad se extiende en línea recta hasta el citado cruce con la avenida de Barcelona, donde reina la ermita de Zamarrilla, y por Armengual de la Mota. Un enclave lleno de historia, de gentes y de significados. Un trozo de tierra de nadie que tanto percheleros como trinitarios reclaman como suyo, lo que, en el contexto de la procesión de Zamarrilla en Semana Santa, puede llegar a tener consecuencias dignas de materia de Estado. No sólo, para bien o para mal, el Hotel Málaga Centro sigue siendo Almacenes Mérida en el imaginario colectivo. Algunos comercios de moda y la mayoría de los bares parecen llevar aquí toda la vida, y así es en muchos casos. Y los más recientes, sobre todo tiendas de alimentación regentadas por asiáticos, parecen respirar la misma cualidad arqueológica, la vetusta consideración de ciudad vieja. Mármoles es un monumento a la resistencia. Descendiendo desde el puente y dejando el hotel a un lado, algunas paredes atardecen pintadas con hermosos motivos andaluces, como una utopía vecinal, una colectividad que interviene donde de otra manera sólo asaltaría la ruina. Una niña cruza desde la otra acera de cualquier manera, a pesar de que el tráfico aquí tiende a circular a demasiada velocidad cuando lo permiten los atascos. No debe tener más de 12 años. Viste una camiseta de Hello Kitty, pero hace más frío. Se agacha y coge algo de suelo. Lo mira, desde lejos parece un reloj, le da unas cuantas vueltas, por aquí y por allá, muestra un interés que dura sólo unos segundos, vuelve a dejarlo en el suelo y desaparece rápidamente en dirección al llano de la Trinidad, que a pesar de su nombre también pertenece a este barrio. Se diría que también ella lleva desde siempre en este escenario hecho de retales.



Este enclave, lugar de paso diario para miles de personas de las que sólo una ínfima parte tiene su destino en sus dominios, acogió en su día nada menos que tres cines de primer nivel. Algunos seguimos amando este barrio por ello. Recuerdo algunas de las películas que vi en sus salas: el Palacio del Cine, en la calle Mármoles (ET el extraterrestre, y creo que una reposición de Peter Pan), el Aleixandre en Armengual de la Mota (Piratas de Roman Polanski) y el Coliseum en Montes de Oca (Superman III). En la misma calle Mármoles abre sus puertas el bar El Racimo, uno de los pocos que en Málaga sirven tapa con la bebida y cuya especialidad es el ladrillo, un plato de filetes de lomo especiados a la parrilla con patatas (sus folletos publicitarios merecerían un dictamen exhaustivo por parte de la RAE). Y de nuevo en la calle Montes de Oca se encuentra el corralón de Santa Sofía, uno de los pocos de su especie que sobrevivió a la especulación urbanística del centro; un extraño patio de vecinos construido a mediados del siglo XIX felizmente restaurado en los 80. En él viven sobre todo ancianos solitarios con atención garantizada buena parte del día. Algunos de ellos todavía recuerdan cómo hace décadas en el corral se celebraban bodas. Las fiestas se prolongaban hasta el amanecer y en ellas tocaban las yambas: otro término para los aficionados a coleccionar vocablos malaguitas. Yamba es la castellanización de jazz band. Así se anunciaban las orquestas antes de la Guerra Civil en Málaga.



Pero nada de este barrio sería lo mismo sin la ermita de Zamarrilla, uno de los templos cristianos más bellos de la ciudad. La calle Mármoles, de hecho, debe su nombre a los bolillos de mármol que se pusieron justo delante de la capilla para impedir el paso de las carretas que bajaban por el antiguo camino de Antequera. Aunque la ermita se construyó en el siglo XVIII, ya en el siglo XVI era habitual el rezo del Rosario justo en la superficie que hoy ocupa. En esta tarde se percibe especialmente que la Semana Santa está a la vuelta de la esquina: el templo tiene las puertas abiertas, hay velas encendidas, no para de entrar y salir gente y huele notablemente a incienso. También esta liturgia barroca parece anclada en un pasado que se satisface al ver que nada ha logrado modificarlo, que su inalterable pasividad se ha impuesto a todos los desórdenes. El tráfico se hace ahora más denso, hay hombres que pasean a sus perros y jóvenes con libros bajo el brazo. Las mujeres que se citaron en el hotel continúan caminando, muy despacio, hasta qué cafetería. En el suelo, especialmente donde hay una esquina, se amontona la suciedad. Algunos edificios piden a gritos una reforma, exhiben manchas de humedad, tendidos eléctricos a punto de venirse abajo y fachadas con tejas a las que les falta un punto de viento para ceder. Se construyen edificios nuevos sobre restos de murallas fenicias en las que se hallaron joyas y abalorios. Lo nuevo por lo viejo: nihil nobus sub sole

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