Foto: Antonio Checa |
El antiguo
colegio San Agustín, en ruinas.El edificio del antiguo colegio se encuentra,
según el colectivo, en mal estado y con numerosos desperfectos.
Críticas al Ayuntamiento por su indolencia
La
asociación de antiguos alumnos de San Agustín no se olvida del papel del
Ayuntamiento de Málaga en la rehabilitación del edificio. Aunque sus
reivindicaciones y sus críticas se orientan fundamentalmente hacia el Gobierno,
que es el propietario del inmueble y el responsable directo, el colectivo pide
al Consistorio que adopte un compromiso más valiente y defienda frente a la
administración central los intereses del complejo. El abogado Antonio Checa
insiste en demandar al Ayuntamiento un rol más activo y recuerda que, en caso
de deterioro inmobiliario, es el municipio el que actúa de manera subsidiaria,
normalmente exigiendo a sus propietarios mayor celo en las tareas de
conservación y mantenimiento. «Si lo hacen con particulares y empresas frente
al riesgo de ruina también deberían atreverse con instituciones públicas,
aunque sea, en este caso, el Gobierno», precisa. En los últimos años, los
vecinos de los edificios adyacentes se han quejado en repetidas ocasiones de
los problemas que les está deparando en sus propios hogares el abandono del
antiguo colegio. La parroquia de San Agustín, también colindante, padeció la
extensión de las humedades procedentes del centro.
La
conversión en biblioteca está pendiente de que el Gobierno analice, a petición
de la Junta, un posible emplazamiento alternativo en La Trinidad – El colectivo
demanda un proyecto cultural.
Ha sido
refugio de frailes, colegio, facultad de Filosofía y Letras e, incluso, cine
ocasional. Muchas funciones, en una biografía centenaria, pero que desde hace
más de veinte años suenan morosamente a pasado, con esa trama espectral de
murmullos que siempre acompaña a las cosas en abandono. Sin fecha de reapertura
en el horizonte, y ni siquiera un proyecto en firme con el que aclarar su
futuro, el edificio de San Agustín, en pleno centro, se deteriora. Y, además, a
un ritmo acelerado, con la condena de un cierre que se mantiene casi
imperturbable desde 1995, cuando se acabó su última actividad regular, la de
servir de sede a la escuela de español para extranjeros.
El abogado
Antonio Checa Gómez, miembro de la asociación de antiguos alumnos, habla de un
interior ruinoso, con tejas y humedades y una solería reventada por la que
emerge la hierba. La corrupción es notoria y empieza a alarmar a los edificios
colindantes. El colegio, que ocupa una superficie de alrededor de 4.400 metros
cuadrados, es uno de los inmuebles con más historia de un entorno que incluye
la Catedral y el Museo Picasso, pero a diferencia de éstos recibe poca atención
por parte de las autoridades. Incluso, en tareas de mantenimiento, que, de acuerdo
con Checa, son escasas. La más reciente, en 2014, encargada a Sacyr, que, como
denunció en su día este periódico, tuvo además el mal tino de despedazar la
escalera original que comunicaba las naves del centro.
El
colectivo quiere ahora devolverle la dignidad a San Agustín. Y para ello
reclama al Gobierno, su actual propietario, un proyecto cultural, a ser posible
parecido al que insufla vida en Granada al Parque de las Ciencias. El último
intento de recuperar el colegio tuvo lugar con la propuesta de convertirse en
sede de la biblioteca provincial. Un proyecto que llegó a presupuestarse y que
fue arrastrado al limbo burocrático con la llegada de la crisis y la
intervención de la Junta, que, según declaró ayer a este diario un portavoz
ministerial, pidió al Estado que valorara la posible alternativa del convento
de La Trinidad. Desde entonces, en los muros del edificio agustino sólo avanza
la herrumbre, despertando el temor por un posible riesgo de incendio.
Levantado
originalmente a finales del siglo XVII, el colegio de San Agustín, hoy en
peligro, ha acelerado en todo este tiempo su existencia rocambolesca. Desde que
los agustinos decidieran mudarse a la parcela de Los Olivos y vender el
inmueble, muchos han sido los propietarios que han intentado mantener sus
puertas abiertas. El primero, La Diputación, que lo compró en 1974 para cederlo
a la Universidad de Málaga, que continuó durante veinte años con la tradición
educativa, en este caso como sede de la Facultad de Filosofía y Letras. En 1995
hubo un nuevo cambio de dueño, la Junta de Andalucía, que lo adquirió por 377
millones de las antiguas pesetas, aunque sin terminar de decidirse nunca por
ninguna propuesta.
La
aparición del Gobierno fue más reciente. Y también mediante una operación a dos
bandas que incluyó un trueque. La administración central le cedió a la Junta
una biblioteca situada en Sevilla y ésta, a cambio, le entregó las escrituras
del antiguo colegio. El estado que presenta el interior, con ventanas rotas y
puertas desportilladas, deja muy a las claras que el cambio no ha surtido el
efecto esperado. San Agustín continúa cerrado. Y cada vez cuesta más encontrar
en su actual fisonomía algún rasgo de su caudaloso pasado, cuando sus aulas
eran atravesadas a diario por cientos de jóvenes.
Antonio
Checa precisa que la salvación del edificio no es una simple cuestión
sentimental. La antigua sede agustina forma parte de la historia de la ciudad
y, sobre todo, de la pastilla noble del patrimonio del Centro. Por eso los
viejos alumnos insisten en la conveniencia de trasformar un espacio para el que
reivindican una función de titularidad pública y abierta a todos. Málaga,
señalan, no se puede permitir renunciar a un inmueble que ofrece para la vida
ciudadana innúmeras posibilidades, tanto por su ubicación como por sus
dimensiones. Para los menos familiarizados: San Agustín cuenta con una
superficie hábil que rebasa en casi seiscientos metros cuadrados la del Museo
Picasso.
En la
década inaugural del pasado siglo se especuló mucho, primero con la Junta y más
tarde a través del Gobierno, con la opción de utilizar la planta para conservar
los más de 100.000 volúmenes de la Biblioteca Provincial, que fue desarbolada
con el cierre de la Casa de la Cultura, ubicada en la calle Alcazabilla. Al
colegio, no obstante, y a petición de la Junta, le salió un competidor, el
convento de La Trinidad, que también resultó, y casi en paralelo, una fuente
inagotable de iniciativas desestimadas e ideas que casi nunca cruzaron en la
práctica la frontera que separa los planos del umbral, siempre más fantasioso,
de las ruedas de prensa. Las imágenes que acompañan este reportaje, captadas
por la cámara de Antonio Checa durante la última operación de mantenimiento –la
del famoso derribo de la escalera– ilustran como pocas la evolución sufrida por
el proyecto: el inmueble está degradado y los volúmenes de la biblioteca
descansan temporalmente en su exilio de la avenida de Europa. Aunque, eso sí,
el Gobierno no ha tirado del todo la toalla. Al menos sobre el papel: de hecho,
la transformación de San Agustín cuenta con 1,3 millones de euros de asignación
en la última versión de los presupuestos. Un capital que irá presumiblemente
dedicado a la conversación, ya que la iniciativa está congelada y pendiente de
que las dos administraciones lleguen a un acuerdo.
Con
independencia de que finalmente prospere la conversión en biblioteca, para los
antiguos alumnos la cuestión está muy clara: el futuro del colegio de los
agustinos tiene que ser respetuoso con su historia y, sobre todo, abierto al
público. Justamente lo contrario a la actual etapa de decadencia, en la que
cualquier idea de resurrección suena todavía demasiado lejana.
Lucas Martín La Opinión de Málaga
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