martes, 3 de diciembre de 2013

"El otro Soho de Málaga " por Pablo Aranda



El espíritu del Soho se hace carne y se materializa. El CAC es la nave nodriza de un barrio, el antiguo ensanche, que estaba apagado. Palmeras y prostitutas. Oficinas cuyos trabajadores abarrotaban bares a mediodía y por la noche abandonaban las calles donde de día había sido imposible aparcar. La noche, coches a 10km/h y mujeres en las esquinas. Una carcajada, un grito rompiendo la madrugada. De repente alguien dijo Soho. El Soho es un mantra del que tirar (juego de palabras un poco torpe) y ha supuesto un revulsivo. Se han peatonalizado algunas calles, se han abierto galerías de arte, se puede escuchar jazz en directo, el barrio entero cobra algo de CAC y vienen artistas reputados (ahora que no están las putas) y pintan fachadas que desviarán a los cruceristas de su recorrido habitual. Tenemos un Soho hecho carne. Los alquileres, sin embargo, suben, se pierde el espíritu. Más que el barrio de los artistas es el barrio de las artes. Que no es poco. Ha sido una idea fantástica el Soho, aunque hace falta otro Soho compatible con este Soho primero.
El otro Soho
Jorge Luis Borges, en el maravilloso poema ‘El otro tigre’, piensa en un tigre, un tigre falso pues lo ha inventado entre los anaqueles de su biblioteca, y a este tigre opone otro, el auténtico: el «tigre fatal que bajo la diversa luna va cumpliendo su rutina de amor, de ocio y de muerte». Al Soho que ha revitalizado, que está revitalizando una zona de Málaga, podemos oponer otro, el que observamos que nace mientras paseamos por la calle Camas –donde también hubo prostitutas, y conventos– y Pozos Dulces, intramuros, en la parte más antigua de la ciudad antigua, un laberinto al que ojalá sepamos encontrarle una salida.


El jardín vertical
Situemos la geografía del otro Soho. Los límites podrían encontrarse entre la calle Comedias, la calle Mártires, la calle Nosquera y la última calle en el interior de la muralla: Arcos de la Cabeza y Muro de las Catalinas. Las arterias podrían ser de momento calle Andrés Pérez y la calle Pozos Dulces.

Entre Pozos Dulces y Arcos de la Cabeza hay una plaza escondida que antes no existía. Es el epicentro de esta zona. Dos callejones de este laberinto desembocan en ella. Se derrumbó una vivienda y se obtuvo una plaza. Una maravilla de plaza. La arquitecta Natalia Muñoz Aguilera diseñó un jardín vertical y una ludoteca. Un jardín vertical es lo que literalmente indica su nombre: un jardín en un muro. Puede pasearse por él, pero nada más (y nada menos) que visualmente. Una capa de vegetación de un grosor de diez centímetros combinando diversos verdes, diversos rojos, una inmensa pared viva y hermosa ante la que nos detendremos como lo hacemos en las fachadas del Soho oficial, en algunos cuadros e instalaciones del CAC. Bajo el jardín, en el mismo muro, un jardín de palabras metálicas: piel, nosotros, oportunidad, abismo, obstáculo, niña. La plaza es pequeña y al girarnos creeremos que no tiene salida. Un sólo árbol verde de flores de un rojo intenso (ya no está el ciprés del principio). El muro de un convento (cuántos conventos hubo en Málaga, en esta zona de prostíbulos) y el magnífico edificio de una ludoteca municipal, dos cubos, el de arriba girado sobre el de abajo, blancos. No es mala idea que haya una ludoteca, un lugar para que los niños del barrio puedan jugar, para que las familias puedan conciliar la vida laboral y la familiar. Un barrio sin gente al final es otro museo, un jardín frío, muerto.
Otro arquitecto, José Oyarzábal, ha diseñado el mobiliario urbano de estas calles, bancos y farolas de diseño elemental –como él explica– instalados con discreción en este lugar cargado de historia. También debemos a José Oyarzábal la elección de los versos que vamos encontrando en las paredes del laberinto, «la calle como metáfora de libro», versos de Góngora o Goethe, de Petrarca o de Kavafis, como graffitis antiquísimos que realzan fachadas y nos animan a seguir buscando.
Comercios en Andrés Pérez
Mientras calle Larios va cumpliendo su función de calle comercial de ciudad occidental moderna y los locales van siendo adquiridos por franquicias que la hermanan con las principales calles de las principales ciudades, en la parte de la ciudad de la que nos ocupamos van abriéndose tiendas diferentes, con sabor y personalidad propias. En la estrechísima Andrés Pérez, que va de Carretería hasta la plaza de los Mártires, pequeños comercios van animando el barrio. Pasando la pequeña iglesia del convento de las Catalinas, del siglo XVIII y vacío, dicen que incluso en venta, se llega a Mahatma, arquitectura con alma, un espacio creado para artistas de gran alma, donde justo ahora exponen dibujos de Andrés Mérida y venden juguetes educativos, al estilo de un par de jugueterías en la calle Comedias, un poco más allá, organizan talleres de arquitectura para niños, venden juguetes diferentes, quieren comercializar juguetes realizados por ellos. Junto a ella una tienda de ropa personal y elegante, L’Atelier de Sion, y entre ambas La casa del Perro, un restaurante agradable con menús diarios de tres opciones (vegetariano, de carne y de pescado) y los viernes con «la música en la olla», platos inspirados en alguna canción. En frente, La Casa del Cardenal, una tienda de antigüedades en un palacete del siglo XVII con un espectacular patio. La calle, hemos entrado por Carretería, nos lleva hasta El Calafate, un restaurante Vegerariano también con menús diarios. Locales cuidados, cálidos, acogedores.
El otro Soho
Tal vez el centro centro, los alrededores de la calle Larios, está siendo tomado por la hostelería, lugares para que la gente venga, se quede un rato y luego se vaya. Un barrio es otra cosa, y tal vez esta nueva zona antigua lo consiga, para ello hacen falta viviendas, y que estas no sean sólo de 25 m2 porque ahí no entra una familia. Y hace falta una ludoteca como la de Pericón, y hacen falta panaderías y también alguna tienda de alimentos, algún bar, algún restaurante como estos de Andrés Pérez.
Frente a El Calafate se encuentra Scrappiel, donde además de vender enseñan a fabricar lo que venden. Talleres de cuero y de iniciación al scrapbooking (elaboración de ingeniosos libros con papel), después la tetería El Harem, la decana de la zona, y las tiendas Ámbar, de ropa de segunda mano, y Quasipercaso, de ropa vintage. No está mal para una zona por la que sólo se podía caminar, si acaso, de día.
Nosquera
La calle Pozos Dulces comienza, o termina, en la parte de atrás de La Casa Invisible, que tiene una puerta que da a esta calle, junto a El Calafate. Atravesando el patio de este centro social y cultural (un edificio municipal en situación de abandono que fue okupado, arreglado y dotado de vida, con cafetería y numerosas actividades) se sale a calle Nosquera, que la señalábamos como uno de los límites de este recorrido. Ya no está el B52, el bar de mi compañero Fernando Calvo, con la mejor música de Málaga, en cuya puerta un skinhead abría y cerraba unas tijeras mirando a un yo de hace veinticinco años con melenas, y el skinhead repetía ay qué coleta más bonita, aunque no llegó a cortármela. Hay otros bares (donde el B52 está El Muro, que no conozco: me corté la coleta), frente a la iglesia de San Julián, también el Indiana y el Modernícolas (inquietísimos en la cultura) y también en calle Nosquera está La Luna, que es una tienda de ropa y artesanía con olor a incienso, y la tienda de comercio justo de Intermón Oxfam, y En Portada, una librería especializada en cómics y, en frente, La Casa Invisible, que si atravesamos el patio y salimos por la puerta de atrás estamos en... la calle Pozos Dulces, que termina, o empieza, allí. Nuestro laberinto.
Pozos Dulces
En la puerta de atrás de La Invisible comienza, o termina, la calle Pozos Dulces, que en seguida se cruza con Andrés Pérez. Aún no sabemos si cruzamos un barrio que va muriendo o que va renaciendo, o sí lo sabemos pero lo que parece es eso. Balcones espléndidos, muros de ladrillo que esconden solares sombríos, casas restauradas con un gusto exquisito, fachadas que reflejan la ruina, ventanas tapiadas, y los versos que van componiendo un poema de varios autores. «Vete a donde tus pies y los vientos te lleven» (Horacio), «¡Oh ciudad, no en la tierra!» (Aleixandre), el contundente «Entré en el laberinto y no he salido», de Petrarca, indicándonos que podríamos desviarnos un momento de Pozos Dulces y ahí está el premio: ante nosotros se crea la plaza de Pericón. De nuevo en Pozos Dulces, en una esquina amplia maniobra una furgoneta que resulta inverosímil que haya llegado hasta allí, y ahora no sabe regresar, no puede, ante la Casa del Niño Jesús, que esconde otro patio inmenso. A partir de aquí el callejón se hace más ancho, se desvía al llegar a otra sorpresa: la plazuela del Cristo de las Penas, con sus naranjos, sus casas antiguas, sus restauraciones cuidadas y el fin de la ciudad: la muralla que la rodeó y la contuvo y resistió –cuántos muertos– el ataque de los Reyes Católicos, acampados con sus ejércitos en los arrabales.

La parte de Pozos Dulces que queda para terminar, o para empezar, es el ensamblaje con el resto de la ciudad, la salida del laberinto, donde con un curioso y castizo Almacenes Dori conviven un taller de reparación de rejilla y anea, balcones que devuelven en colores los rayos de sol, el bar Diamante con sus botellas de brandy tras las vitrinas y la barra de ladrillo y su antigüedad en esta ciudad donde las tabernas la pierden en seguida porque desaparecen al alcanzar la solera. Ahí está ya calle Compañía, que tiene ella sola uno de estos paseos, con el Thyssen y las tiendas y los viajes que entran ganas de emprender nada más empujar la puerta de la librería Mapas y Compañía, con los globos colgando del techo que nos llevan al verso de Horacio unos metros más allá, «Vete a donde tus pies y los vientos te lleven», al comienzo de Pozos Dulces, o al final, en la boca de este laberinto, este otro Soho. La ciudad creciendo desde su epicentro. Ojalá.(Publicado en Diario Sur)

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