“Un rio para la ciudad “por José A. Castillo Rodríguez y
Andrés V. Pérez Latorre. Geógrafo y Presidente del IERS, y Profesor Titular de
Botánica de la UMA
Los ríos que atraviesan las ciudades nos prestan imágenes que
suelen convertirse en una de sus postales de referencia: el Sena o el Támesis
son inseparables de alguna de las más sugestivas visiones de París y Londres.
Más cerca, admirables resultan el dorado esplendor de Córdoba desde el Puente
Romano bajo el que fluye el Gran Rey de Andalucía (Góngora), o las vistas de la
imperial Toledo ceñida por el Tajo. Son ciudades que han convivido desde
siempre con su río.
No así en nuestro caso. Málaga se agrupó bajo el abrigo de
Gibralfaro, y junto al mar, su principal fundamento, aunque desde esa ubicación
se aprovecharan las aguas del modesto Guadalmedina, entonces con su cuenca en
plenitud ecológica. Así se deduce de las reglamentaciones para su uso y cuidado
que refiere Díaz de Escobar, hasta que se rompe ese equilibrio durante el siglo
XVI, según la Sociedad Malagueña de Ciencias. Con un transcurso extramuros
hasta fines del siglo XVII, a partir del XIX se integra en la trama urbana
gracias al auge comercial e industrial, y a la llegada del ferrocarril. Desde
entonces, el Río de la Ciudad se convierte en fuente de suciedad y
marginalidad, y responsable de crueles desgracias con ocasión de las crecidas
cíclicas, más frecuentes a raíz de la implacable y continua deforestación de
Los Montes. A partir de aquí, su actual indigencia y abandono lo condenan a las
más duras acusaciones: cicatriz, barrera, adefesio, basurero. Es como ese
pariente pobre que la familia esconde, hecho literal cuando se cubrieron con
tiestos de flores las barandas del Puente de Tetuán, quizás para tapar las
vergüenzas, aunque no la desvergüenza.
A raíz de la concesión de la competencia fluvial a la
Administración Autonómica, principal y actual responsable del calamitoso estado
del río, los intentos de regeneración se han reducido a ese despilfarro
estructuralista ejecutado, nunca mejor dicho, en la época del 92, cuya ruina
aún padecemos. Así que, con una ciudad que se ha transformado a mejor, la
'cicatriz' muestra su herida un tanto putrefacta a ciudadanos y visitantes,
extrañados ante semejante panorama frente al más aseado del centro urbano y
fachadas litorales. Por fortuna surgen de manera recurrente nuevos proyectos y
estudios, que sintetizaremos en tres tipos a partir tanto de los concursos de
ideas como de los propiciados por la Fundación CIEDES: Aquellos que propugnan
una bóveda sobre el cauce, para crear un gran eje viario norte-sur. Los que
pretenden actuaciones sobre el lecho, en forma de aprovechamientos para el
ocio, es decir, caminos, carriles bici, ajardinamientos, fuentes, equipamientos
deportivos. En tercer lugar, los que defienden la recuperación del estado
natural del río, teniendo en cuenta sus caracteres hidrológicos y
paisajísticos.
Los dos primeros tendrían escaso recorrido dada la
prohibición de actuar sobre el cauce por el peligro de avenidas, a pesar de los
embalses, con máximos instantáneos de 600 m3/s según el CEDEX. Pánico produce
una caja de hormigón sobre ese monstruo del río desbocado, con aporte además de
sus arroyos urbanos, inundando el centro y barrios aledaños hasta límites nunca
vistos. Supondría, además, una inversión costosa y, en todo caso, ¿más cemento
y tráfico sobre un eje tan saturado? El segundo choca con similar principio
legal: la prohibición de adecuar el cauce al uso ciudadano.
Nosotros, y sin entrar en las cuestiones técnicas
desarrolladas ya en algún trabajo, nos adherimos al tercero, el más lógico
desde el punto de vista científico, el más económico, y el más sostenible: es
necesario devolver el río a su estado natural, dentro de lo posible y con los
límites que imponen tanto el actual cauce como los puentes y el desarrollo
urbano consolidado. Bastaría con observar la dinámica hidrológica y el conjunto
de los ecosistemas aguas arriba de las presas: el Guadalmedina acusa un régimen
mediterráneo subtropical, con severo estiaje que le concede carácter de rambla
varios meses al año (módulo 0'95 m3/s, aportación anual absoluta, 30 Hm3, según
Martín Vivaldi). Sobre sus márgenes crecen sauces (Salix sp.), incluso olmos y
fresnos (Ulmus, Fraxinus) en algún tributario, con presencia de adelfares y
tarajales (Nerium, Tamarix), y juncáceas (Juncus), carrizales (Erianthus,
Phragmites), aneas (Typha), entre otras comunidades de higrófitos ripícolas.
Con estos datos, y respetando la capacidad del lecho en su
tramo urbano, se podrían sustituir los muros actuales con taludes en malla,
como se ha apuntado en algún estudio, entablillados de muros krainer o
trenzados de vigas, idóneos para terraplenes inundables, y escolleras donde se
precise, elementos menos agresivos visualmente y que permitirían idéntica
capacidad de desagüe. En cuanto a la regeneración paisajística, nos remitimos a
lo acaecido en Madrid con el Manzanares. Allí, el aprendiz de río (Quevedo),
libre de compuertas, ha generado en dos años un cordón verde de más de siete
km: se han desarrollado los árboles de ribera y su cohorte de higrófitos, y han
regresado pájaros, peces y anátidas (El País, 17-9-18. El Mundo, 19-9-18).
Extrapolando con el Guadalmedina, consistiría en dejar pasar
las aguas someras, cuando fluyan, complementar con las corrientes subálveas en
el estiaje, incluso recircular durante periodos de sequía severa, con pequeñas
represas que decanten espacios de charcas no estancas. Sobre esas charcas e
islas forzadas con aportes de arenas o gravas, y eliminado el hormigón del
lecho, se desarrollarían espontáneamente las plantas acuáticas, y en los
márgenes sobre elevados, puesta de sauces, olmos, fresnos, adelfas y tarajes,
que crecerían a poco que aquellos se adecúen. El cauce recuperaría en parte su
estado natural, y estas especies, lejos de ser un obstáculo en caso de crecida,
y gracias a su flexibilidad y capacidad de rebrote, servirían de protección a
los taludes como ocurre en las riberas de los ríos. El proyecto sería factible
hasta el Puente de Tetuán; de aquí hasta la desembocadura muros, con una lámina
de agua depurada. Esta actuación, que necesitaría luego de vigilancia y
cuidado, daría lugar a un corredor ecológico norte-sur, imbricado con otras
zonas verdes adyacentes o proyectadas, dejando los márgenes libres para el
tráfico privado o público.
Es evidente que nuestra idea no puede mostrar aquí más
desarrollo por razones de espacio. Lo que se pretende es retomar un debate muy
necesario para la Málaga del futuro. Una urbe cuya relación con su río no
debería constituir un problema, sino una oportunidad. Y esa oportunidad no es
otra que la conversión de un espacio degradado en otro visualmente ameno y
pleno de vida. Ha llegado la hora de la reconciliación de Málaga con su
Guadalmedina; de revertir la tradición de ser una ciudad contra el río, y de
sustituirla por el más noble afán de recuperar un río para la ciudad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario