miércoles, 28 de julio de 2010

Carretería, donde ya sólo brilla el oro

Decadencia de una calle


Los comerciantes más veteranos se quejan del deterioro y evocan la tradición de la calle

La nueva ruta de oro.

 Málaga LUCAS MARTÍN. LA OPINION DE MÁLAGA

A la luz de la luna se sentaban en sillas de playa. Había edificios galdosianos, almacenes de muebles que recordaban a los de París, niños, autobuses con decenas de ojos asombrados procedentes del interior. Carretería no era el patio trasero de la calle Larios, sino la gran arteria comercial. Populosa y altiva. Remedios Román habla de solera y es fácil adivinar lo que sigue: prestigio, identidad. Ahora pone los dedos en formación de grulla y se tapa la nariz. Señala a las alcantarillas, a los cables que enredan las cornisas, a la continuidad del andamio.

Su marido, Pablo Tardón, conecta el Delorian para viajar por el tiempo. La conversación suena a ciencia ficción. Resulta complicado identificar una calle soluble en el extrarradio de cualquier urbe como un ejemplo de personalidad. Los negocios no ayudan mucho. Hay innúmeras tiendas de oro, restaurantes de lujo, bares, locutorios y hasta una pizzería vampírica. A menos que pertenezca al Misisipi, no dan para construirle un sello propio. ¿Qué ha pasado con la calle Carretería?

Pablo y Remedios, propietarios de Viuda de Escobar, mantienen un negocio de antigüedades y santos con presencia centenaria. El suyo es un establecimiento de esos que, de vez en cuando, llaman la presencia de una marquesa dispuesta a arrasar con el género y hacer temblar las espaldas del personal de servicio. Se consideran poco menos que supervivientes. Han visto cerrar a la mayoría de sus coetáneos y esperan el toque de queda de la jubilación. En Carretería hace mucho tiempo que no se ven marquesas. Pablo ofrece detalles que pueden servir de explicación. Un grupo de treintañeros que se cita a diario con el ruido y el litro de cerveza, un callejón con prostitutas de la época en la que eran noticia por fumar y no hablar de usted y las obras, acostumbradas a incumplir su promesa de provisionalidad.

Los comerciantes coinciden en que el problema no es la inseguridad. O al menos, no en exclusiva. Conviven daños más duraderos. En arquitectura existe una premisa básica. Los edificios nuevos están obligados a dialogar con el entorno. Piensen, al azar, en un inmueble de la calle y pídanle que converse. Verán qué risa. La herrumbre se mezcla con bloques de apartamentos ergonómicos y modernos. Quedan portadas nobles, dieciochescas y decimonónicas, aunque confundidas en un amalgama que, en algunos tramos, espantaría el espíritu florentino. A Pablo le irrita la esquina más cercana a la Tribuna de los Pobres. Evoca las virtudes de un fantasma de piedra y volutas con encanto, una mansión en la que, según cuenta, nació la propietaria de El Ropero. La cámara de Gregorio Torres enfoca a una pared blanca, una especie de garaje de pueblo que sirve actualmente de sede al Instituto Andaluz de la Juventud. «Se lo cargaron entero, incluido el patio interior, que era una maravilla», dice.

Otro de los edificios que ya no están es el de Muebles Davó. La marca continúa en la calle, soportada en los hombros del bisnieto del fundador, Pedro. Las seis plantas del negocio se han convertido en una tienda pequeña, pero de actitud enciclopédica. Es la reserva de un sello fundado en Carretería a finales del siglo XIX. Pedro cita a historiadores locales y detalla la evolución de la arteria. Aporta una nueva variable al esquema de deterioro del lugar. «Los planes de movilidad han apostado por unas calles en detrimento de otras. Eso, aquí, es bastante evidente».

Su teoría tiene bastante arraigo entre los veteranos del cuerpo comercial. La política de aparcamiento confunde a los conductores, que casi nunca saben si están en zona roja o azul. Las restricciones disuaden a la clientela. Representan un pecado de la modernidad, alejado de los días de las paradas de autobuses, de los turistas que pernoctaban en la antigua Posada de San Rafael.

Hubo una época en la que Carretería daba la bienvenida a Málaga. Los trabajadores del interior no salían de su trazado en sus visitas. El recuerdo titila en los ojos de Remedios, pero también en golpes del azar. En un local situado en el camino hacia la Tribuna de los Pobres, una familia ofrecía comidas para los forasteros. Era uno de los puntos más frecuentados del Centro hasta que los propietarios se apuntaron a la emigración y marcharon a Argentina. La casualidad fija hoy en las mismas paredes un restobar porteño llamado Buenos Aires, aunque pocos son los que advierten la ironía. El andamio es otro sarcasmo. Carretería, si no lo remedian, puede que también.

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