miércoles, 15 de septiembre de 2010

Artistas, grafiteros y voluntarios de 22 países restauran una casa en el barrio de Lagunillas

Un mundo de color en 50 metros

Flores, un árbol y animales de fuertes tonalidades decoran la fachada centenaria, que atrapa la atención de los transeúntes. Artistas, grafiteros y voluntarios de 22 países restauran una casa en el barrio de Lagunillas

15.09.2010 - Sur

J. A. PORTILLO Está en una calle estrecha del céntrico barrio de Lagunillas, con solares abandonados a cada lado de la vía y edificios blancos alrededor. Por eso no es de extrañar que todas las miradas de quien camina por la calle Vital Aza se concentren en el número 14, en esa pequeña casita de apenas cincuenta metros cuadrados. Imposible que pase inadvertida. Tiene unos cien años de antigüedad -según calculan los vecinos-, pero la intervención gratuita y espontánea de un grupo de artistas, grafiteros y voluntarios de 22 países diferentes le ha dado a la vivienda una nueva cara.

Flores de vivos colores, un árbol con rostro, un colibrí y un pato decoran ahora la fachada de la casa centenaria. Un aspecto bien diferente al que presentaba hace poco más de dos meses. «Aquí han vivido mis abuelos toda la vida, guardo muy buenos recuerdos y le tengo mucho cariño a la casa y al barrio, ahora muy en decadencia. Por eso, quería arreglarla», cuenta Daniel López. El presupuesto de la restauración se le disparaba, pero su amiga Elena Lazzara, artista siciliana y una enamorada de Picasso, se ofreció a ayudarle. Le apasionaba poder trabajar en el barrio por el que un día paseó el genio malagueño.

Sólo cincuenta euros

Empezó sola y con cincuenta euros que le dio Daniel para comprar la pintura «de muchos colores diferentes, para darle alegría»: amarillo, naranja, verde, rojo, morado y azul. Ese sería todo el dinero que el joven invertiría en la vivienda. Mientras tanto, Elena comentaba la iniciativa entre sus amigos, en el centro cultural La Casa Invisible, e incluso a quien acabara de conocer en la calle. Así ocurrió con el checo Tomas Zvonik, con el que se cruzó cuando este artista callejero y estatua humana hacía grandes pompas de jabón en el centro de Málaga. Y se sumó a la causa. «Me pareció muy original», admite el joven.

A los pocos días, ya había quince personas trabajando juntas en la vivienda y cada jornada se sumaban más manos para arreglar la casa. Unos decoraban la pared, otros tocaban la guitarra, cantaban... «En total han pasado 22 países. ¡Esta ventana la han pintado siete nacionalidades: marroquí, argentina, italiana, francesa...! Es una casa sin fronteras», relata Lazzara mientras señala las llamativas rejas.

Con libertad

Cada cual dibujaba lo que quisiera, sin censura ni imposiciones. El único requisito para participar, «lo más importante» -insiste la joven italiana-, era querer trabajar en equipo y «con positividad». «Mi objetivo era la unidad del arte, huir del ego del artista y buscar la unión de las personas, que permite el conocimiento de uno mismo. En grupo disfrutas más y te vas conociendo mejor», explica Elena Lazzara y así lo dejó escrito en el balcón multicolor de la vivienda: «Conócete a ti mismo», se puede leer.

Pero, aunque cada artista, grafitero, vecino, espontáneo o voluntario decorara a su gusto, todo debía encajar. De la grafitera Diana Llorente es el árbol con una cara a modo de tronco y ramas que sostienen el balcón. «Fue una buena idea, siempre he querido pintar fachadas y convertirlas en algo creativo como en este caso», apunta Llorente. Como en un bosque, junto al árbol hay unas grandes margaritas amarillas y otras flores naranjas visten el otro extremo de la fachada. La segunda planta es el territorio del mundo animal con un pájaro y un pato a cada lado. Cada artista colaboraba con sus propias pinturas, otras las aportaba La Casa Invisible y en otros casos recogían las sobras que les cedían las obras de los alrededores.

Además, el número 14 de calle Vital Aza invita a la reflexión. De Daniel López es la frase escrita «con letras humildes» en la fachada: «4.500 millones de años viven dentro de ti». Fisioterapeuta y estudiante de Antropología, el joven es un apasionado de la evolución humana. «Es impresionante. Un catedrático de la Universidad de Madrid me confirmó ese dato: ¡tenemos genes de 4.500 millones de años de antigüedad!», cuenta el dueño de la vivienda.

La restauración se prolongó durante un mes y medio, y antes de finalizar la casa ya tenía inquilino. María Teresa Cumbrera pasó por la calle, vio los trabajos y le encantó el resultado. «Te da vida y alegría nada más entrar por la puerta. No sé si son los colores, pero esta casa tiene algo», explica Cumbrera. Hace poco más de un mes, se trasladó con su marido y su hijo Cristian, de 13 años.

Dentro de la casa

La familia accede a abrir la puerta morada de su nuevo hogar a este periódico. El arco iris del exterior continúa cuando se atraviesa la puerta. Cada una de las dos plantas de la vivienda y el acceso a la azotea tiene un color, y les une una escalera de caracol de diferentes tonalidades. Dibujos de elementos decorativos y de animales dan vida a la pared. Todo lo demás, es obra de María Teresa Cumbrera y José Antonio Escoriza. Ellos se han encargado de amueblar y acondicionar el reducido espacio con un estilo «hippie andaluz», como ella lo define. Así, en los muros de la casa lo mismo se puede encontrar una colección de sombreros, que un mantón, utensilios de pesca o imágenes de la Virgen del Rocío.

«Todo está aprovechado al máximo», explican. Desde los metros hasta el mobiliario, mucho rescatado de la calle y restaurado con arte por la familia. En la azotea -a la que se accede por una estrecha escalera por la que hay que bajar de espaldas- tienen su rincón de descanso y las plantas que cuida con esmero José Antonio, jardinero de profesión.

Son conscientes de que la casa llama la atención. «¡A veces no se puede dormir la siesta de la gente que se para aquí enfrente!», dice el padre de familia. Y es que no son pocos los que se detienen en la puerta cámara en mano -como algunos extranjeros que recorren el centro- para inmortalizar la fachada, incluso los hay que piden acceder al interior. «Estamos pensando en poner un cepillo: un euro por foto», bromean. Es además un escaparate para los artistas. «Ya me han pedido los contactos de ellos para que les pinten sus casas», añade María Teresa.

Los Escoriza Cumbrera sólo se quejan de una cosa: el deterioro del barrio. Un solar abandonado junto a la casa se ha convertido en un vertedero improvisado y un foco de infecciones. «Cuando atardece, se llena de ratas», cuentan con resignación. Enfrente, otro descampado amurallado es al anochecer el escondite perfecto para los drogadictos.

Iniciativas como esta pueden ser un acicate para el barrio, en pleno casco histórico de la capital. Así lo creen los inquilinos, los implicados en la restauración y los vecinos. «Me gusta porque cosas así no se ven mucho por aquí y alegra la calle», declara Salvador Alarcón, residente en la zona. No todos opinan igual, también hay a quien le parece estridente y «fuera de lugar», pero nadie discute que el número 14 aporta una nota de color a la apagada Lagunillas.

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