30-10-2009 ALFONSO VÁZQUEZLa Opinión.
Mientras se fragua el Parque de los Cuentos en el vecino convento, más vale que ningún miembro de la familia real frecuente la Calzada de la Trinidad. Ya saben, podrían formular lo mismo que el Príncipe Felipe hace unas dos décadas, cuando al contemplar el barrio del Perchel preguntó si la zona había sufrido algún cataclismo o incendio.
En la preciosa placita de la Trinidad la sensación es la misma. Los japoneses se han confundido y en lugar de sobrevolar Pearl Harbour se han dado una vuelta por estos andurriales. Sea o no cierto el ataque bélico nipón, el paso del tiempo sí ha hecho de las suyas en estas placita (oficialmente ´placeta´), que por desgracia bien puede describirse como un ´gran cascajo´ que cualquier día se nos cae.
La placita es en realidad el compás del convento de las clarisas, fundado en 1861 y delimitado por unas viviendas que se viene abajo de viejas.
La única novedad es que un providencial pivote impide la ´guarrería´ de que la plaza vuelva a convertirse en un aparcamiento. El empedrado está libre de coches pero si uno se coloca de espaldas a la iglesia, el panorama es sobrecogedor: grietas, techos destrozados, ventanas tapiadas, pintadas gigantes en muros descascarillados... Sería muy triste que mientras el vecino convento de la Trinidad recupera los aires del pasado, a treinta metros se viviera el proceso contrario.
¿Quién debe reparar este penoso espectáculo?, ¿la Diócesis, el Ayuntamiento, la Junta? No importa quién sino la celeridad en gastarse ese dinero. Con el convento de las clarisas no debe haber ´compás´ de espera.
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